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domingo, 9 de marzo de 2014

4 ADHESIÓN A CAPULÍ


CRÓNICA DE UN VIAJE
AL EXTRAMUNDO
HELMUT JERI PABON
Y un día llegamos a ese mundo, el mismo que había albergado el nacimiento de un hombre convertido en mito por su grandeza, habíamos hecho un largo viaje solo para saber mas de su vida, recorrer los lugares que el había recorrido alguna vez, andar sobre sus pasos imperecederos, fuimos al encuentro de Vallejo y en cuanto llegamos, ya éramos parte de su sangre, parte de su alma, pues todo aquel que tiene afanes contra la miseria y la injusticia, tiene algo de Vallejo. Bajamos a prisa de la nave, volamos como pájaros por el universo,  dejamos los cuerpos reposando para el retorno, nos hicimos solo espíritu como mandaban las reglas del nuevo mundo. Cayeron algunas lágrimas y se perennizaron en el cielo.
No se sabía con certeza si ese lugar existía, nadie salvo quienes habían logrado llegar a el, se tejieron hipótesis muchas veces, se creyó que era un invento de las edades antiguas, y ciertamente era inimaginable que en épocas como esta, pudiera existir, o sobrevivir un lugar como Santiago. Nadie sabía de aquel lugar, nosotros si, estábamos allí, aletargados cada diez metros. Pues todo suceso bueno en la vida, no podía siquiera aproximarse a este.
Pasamos algunos siglos, adaptándonos a las maravillas del mundo Chuco, a su cielo diáfano, y sus calles hechas artesanalmente, a esta vida extraordinaria, entre fogatas cálidas, entre poetas espontáneos que podían emerger de cualquier rincón, bailando con entrega generosa, con el regocijo de vivir en un lugar de estructura etérea. Santiago de Chuco existía, enclavado en el cielo, existía.
Llegar no había sido tan difícil, pero marcharse parecía imposible cuando se dio el aviso del retorno, nos abordó la sensación de estar terminando un sueño que antes parecía eterno, nos volvimos entonces almas tristes, y como cuando llegamos, cayeron lágrimas, pero ahora muchas más, para incrustarse en el firmamento, y confirmar que cada luz brillante en el cielo de Santiago es una lagrima derramada por quien llega a sus entrañas, y por quien se va. Érase una vez Santiago de Chuco, en un viaje de ensueño. O quizá solo una utopía de los mortales.

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