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sábado, 17 de septiembre de 2011

6 de julio. Día del Maestro


DÍA
DEL
MAESTRO

PLAN LECTOR
PLIEGOS
DE LECTURA

EL MUNDO
EN SUS
BOLSILLOS

Danilo Sánchez Lihón
"Mundo mundo vasto mundo
más vasto es mi corazón".
Carlos Drumond

1.

Hay múltiples fotos en que a don Danilo Sánchez Gamboa, mi padre, se lo ve muy atildado, con el terno impecable, sin una arruga ni un doblez en sus líneas rectas.

Con la corbata perfectamente anudada, con la hebilla del cinturón exactamente en su lugar, con el sombrero en la mano que apenas coge, airoso, con la mano izquierda.

Eran días en que después de enlazarse la corbata desenroscaba la tapa diminuta del frasquito de filigrana de su perfume Tabú. Y escanciaba detrás de su solapa una gota de ese aroma penetrante en su terno crema, casi blanco.

Siempre creí que en este mundo no había aroma más embriagante que el de los huertos, pero ese perfume hacía suponer que había otros universos.

Quizá de huertos deslumbrantes y oníricos, de los cuales bastaba untar una pizca o dejar escapar una lágrima, para que el néctar de esos reinos invadiera una habitación, una casa, un poblado y si lo quisiera el cosmos, con su fragancia.

2.

Aquel frasco primoroso tenía su sitio en una repisa que llamábamos eufemísticamente, "tocador", acompañado allí por un vaso titubeante que se reflejaba en el espejo de bisel junto a algún peine desvelado.

Pero en la época en que a él lo que le importaba era ser maestro de niños, los dos bolsillos exteriores de su saco colgaban desbocados en la abertura de entrada.

Y es que eran como alforjas repletas y abultadas.

Tanto era así que la tapa parecía un alero torcido sobre un barril sin fondo, por lo descuajeringada que lucía la tela.

Hacia los dos lados los bolsillos parecían barcos al punto de naufragar en un mar siempre picado en su oleaje.

Colgaban hasta el borde de la tela, haciéndole una arruga gesticulante como de pregunta incontestable.

¿Pero, qué guardaba don Danilo en esos dos bolsos de los costados de su saco para que colgaran de ese modo?

3.

Sin ocuparme de los otros bolsillos, que darían lugar a un tratado de varias páginas, y sin agotar ni mucho menos el contenido que podría abarcar este tema, diré lo que ellos contenían.

Pero antes diré que los conocía bien, pues muchas veces me encomendó hacer allí búsquedas inciertas e insospechadas.

Eran baúles sorprendentes e inagotables.

Olvidándome, estoy seguro de la mayoría de cosas que allí podían hallarse, de manera infaltable tenía en esos bolsillos:

Uno o varios boliches, lustrosos y gastados en su superficie de tanto haber intentado encajar el émbolo en el hueco alucinado.

Había varios trompos, de esos que se echan a bailar, de diversos tamaños y largos en sus puntas; algunos envueltos en sus pitas.

O bien están enrolladas. Como otras sueltas, haciendo ¡una maraña!

4.

Estas cuerdas lucían su chapita, recogida al pie o detrás de algún mostrador, y que los niños amarramos en el extremo final de la pita.

¿Y esto con qué motivo? A fin de que haya un tope donde se ajusten los dedos y la cuerda tiemple cuando se arroja el trompo hacia el suelo.

Y esto a fin de que el trompo se eche a bailar bajo los ojos que lo adoran.

En esos bolsillos había “guirguires” extasiados en rara quietud.

Ellos son ¡y lo diré porque me lo han preguntado!, esas latas cortadas en círculo que fueron algún día el fondo o la tapa de los tarros.

Y que al atravesarlas de un hilo por dos orificios al centro y darle vueltas, tuercen la pita en que se sujetan, zumbando en el aire según se amplíe o se estreche los brazos.

Con ellos se hace pelea para ver quién corta primero la cuerda del enemigo, práctica que mi padre corregía, aduciendo que al guirguir solo había que verlo y oírlo. Y nunca echarlo a pelear porque podía producir grandes heridas.

5.

Había canicas increíbles en sus diferentes diseños, impacientes por salir a rodar en el mundo, empujadas por las manos inocentes de los niños.

Bajo impulsos que no saben que no solo las canicas sino que el universo y la vida íntegra ruedan, con buena o mala suerte, pero siempre sin saber hacia dónde.

¡Era en todo ello que radicaba el secreto de cómo hacía callar a un niño que lloraba!

Era colocando una o varias de esas joyas en sus manos. Seleccionaba aquellas que tenían motivos divagantes e insólitos, revelando así que primero él con ellas se embelesaba.

Había en sus bolsillos pequeños lápices de color, ya sin borrador y sin punta.

Otros con la goma hundida, eso sí siempre eran pequeños, de la mitad para abajo.

6.

Se conmovía cuando encontraba uno de ellos que los demás desechaban.

Entonces de ellos volvía a sacar sus puntas con solaz y arrobamiento.

Lo hacía haciendo volar las astillas exactamente sobre una franela verde que para entonces desdoblaba, extendía y adonde se iban a posar irrevocablemente.

Volaban por el aire cual gorriones que sucumbieran atraídos por algún extraño hechizo sucumbiendo de pico en aquella pradera verde.

Y yo arrobado en ver si alguna de esas avecillas se escapaban de aquel destino yendo a caer en cualquier otra parte.

¡Nunca, ninguna! Todas volaban hacia ese paisaje embrujado o a esa vuelta al paraíso perdido.

7.

¡Era increíble! Para hacer ésta u otras operaciones mágicas siempre portaba una navaja Guillete envuelta varias veces papel tras papel y hasta amarrada con un trozo de pabilo. ¡Qué cara de miedosa ingenuidad ponía cuando las envolvía, como si ya le estuvieran cortando los dedos, que casi nunca ocurría!

En sus bolsillos guardaba borradores de distintos tamaños y matices. Y todos estos objetos los juntaba para ir a parar a las manos de los niños, cuyos lápices o borradores se les había caído en el camino. Ya lo sabía cuando los notaba compungidos. Y antes que se echaran a gemir los ponía en su delante, haciéndoles una seña de alegría con los ojos.

Ya cuando era inconsolable la pena les deslizaba entre las manos una canica que sus compañeros, que ya sabían cuál era el talismán o abalorio, ¡se levantaban a ver cómo era! Él niño entonces orgulloso y ya callado, lejos ya de sus suspiros y de sus lágrimas, las mostraba extasiado.

8.

También en esos bolsillos increíbles por lo que guardaban, había un rollo de esparadrapo, un frasco de aseptil rojo y envueltas en un sobre pastillas de sulfas, que raspaba y esparcía el polvillo en cualquier herida, a fin de combatir las infecciones de cualquier niño que encontrara, sea en la calle o sea en la escuela.

Había épocas en que se le daba en curar las verrugas de las manos de todo pequeño que encontrara. Para eso en esos bolsillos portaba todo un botiquín, compuesto de varios frascos, gasa, algodón, como de instrumental básico: pinzas y una tijera pequeña.

Envueltos en breves madejas, que hacía alrededor de sus dedos, cargaba hilos que enrollaba luego en el centro como si fuera un fideo de corbata.

¡Y todo lo amarraba con esos hilos! La flor de un rosal asomada al sendero con el peligro que sus espinas arañen a una persona, lo sostenía amarrándola con esos hilos.

9.

Infaltable había allí un silbato con una linda y fresca bolita de corcho aprisionada para siempre entre sus paredes negras y frías, silbato con el cual avisaba de los peligros a sus alumnos cuando salían al campo, que ocurría casi siempre.

Pegadas a las costuras del fondo tenía implementos, como cuerdas de mandolina o de guitarra, perfectamente envueltas en sus sobres de papel transparente. La púa para tocar la mandolina la portaba exactamente en el vértice del bolsillo derecho, en el ángulo exacto que hace una y otra costura.

Ese era su sitio inamovible, con lo que se me representa que esa era la reina de aquel ingente y rico panal, pieza que gozaba entre esa diversidad de objetos del más excelso privilegio, es decir del trono mayor porque nada ni nadie podía disputarle aquel lugar.

Todo lo demás flotaba o bailaba.

10.

¡La clase de humanidad que alentaba don Danilo se le podía descubrir a partir de sus bolsillos! Allí estaba el maestro, el músico, el ciudadano. Y sobre todo, el protector de los juegos y los sueños de los niños.

Y, si se lo mira bien, pensando en la púa de su mandolina, era quien mantenía la emoción, y hasta creaba la ilusión en el alma de la gente a quien él, como maestro, creía su deber consagrarse y proteger.

Esos eran sus verdaderos tesoros, porque nunca acumuló una joya que no fueran esas, nunca tuvo un cofre donde guardara un anillo, una medalla, un diamante. Jamás lo vi atesorar nada que fuera de este mundo. Y esa es la herencia que nos ha dejado a muchos que fueron sus alumnos o sus hijos, aquellos tesoros que cabían en sus bolsillos.

Con ellos toda la tierra era suya, los paisajes, los caminos, porque era vasto e infinito para amar, acoger y adorar al niño, al ser humilde, a su pueblo y a su tierra que ahora lo abraza y lo arrulla en su seno.

(Pasaje de la obra "Alma de maestro”)

ALMA DE MAESTRO
UN LIBRO DE HONDAS
EVOCACIONES

Oscar Colchado Lucio

Juan preciado inicia la búsqueda del padre en su viaje a Comala, en la ya legendaria obra Pedro Páramo de Juan Rulfo, y encuentra su mundo en ruinas el que después, en su imaginación, recompone.

Si bien Alma de Maestro –el magnifico libro de Danilo Sánchez Lihón– no ha sido pensado como novela, es un excelente libro de memorias sobre la imagen del padre.

La obra está escrita como un homenaje a Danilo Sánchez Gamboa. Un sentimiento amoroso discurre en estas páginas, pero sobre lodo son relevantes por el alto contenido de reflexión pedagógica. Y la prosa sostenida, de ritmo parejo que el autor, con gran destreza, sabe mantener a lo largo de sus más de doscientas páginas.

Es un libro sumamente ameno. Se le lee como una novela, donde encontramos a la vez, anécdotas, estampas, testimonios, poemas, relatos y esbozos de cuentos sumamente bellos, como ese capitulo denominado "Agosto y las cometas", donde la realidad es hábilmente alimentada con gran dosis de imaginación.

Es increíble constatar cómo la vida de un personaje real ha sido llevada de manera ingeniosa al campo de la ficción. Y si bien la ficción está alimentada por la realidad, la realidad está muy bien alimentada por la ficción.

Pero además, y por extensión, es algo así como una radiografía de lo que es ser maestro en las zonas alejadas de las grandes urbes y la metrópoli de nuestro país.

*

En otra obra, como es Maestra Vida de Guillermo Thorndike, se nos muestra los avatares de un humilde maestro de provincia que ofrendó su existencia en aras de una reivindicación económica y social de sus colegas, como fue Horacio Zevallos Gámez, héroe cultural postergado, escarnecido y vejado por los gobiernos de entonces.

Y se dirá ¿por qué lo recuerdo aquí? Porque todo aquello por lo que luchó Zevallos lo encuentro en este libro de Danilo; aquí está todo lo que fue el motivo de la lucha de aquel líder legendario, documento donde lo encontramos vívido, tanto en su aspecto más descarnado como también en sus alegrías y esperanzas.

Porque, ¿quién mejor para darnos un testimonio fiel de lo que significa ser un maestro de verdad en el Perú que alguien que abrió los ojos viendo en su delante y sintió la ternura de un padre que era un maestro ejemplar, como lo fue Danilo Sánchez Gamboa que su hijo escritor como lo es Danilo Sánchez Lihón?

Y no solamente un testimonio de la grandeza de vivir sino también de la grandeza de morir como maestro, que es una de las secciones más hermosas de este libro.

Ello abarca los pasajes y el poema acerca de la muerte de aquel maestro, páginas que hacen honor al significado de aquella famosa frase de don Ricardo Dolorier que expresa:

"Ser maestro en el Perú
es una hermosa forma de vivir
y es también una hermosa forma de morir".

*

El escenario donde transcurre la vida de aquel maestro que narra la obra de Danilo Sánchez Lihón no es otro que el que alimentó, su sabia y su paisaje de acuarela, a nuestro gran poeta César Vallejo, el bello, idílico y apacible pueblo de Santiago tic Chuco.

Por sus calles empedradas, cálidas y acogedoras, desfilan los personajes que pueblan este libro: campesinos, artesanos, pequeños comerciantes, ganaderos, maestros y, sobre todo, bulliciosos estudiantes que se educan en las aulas del Centro Viejo 271 donde trabajaba el personaje en referencia, y que el autor del libro recuerda como un espacio donde no habían prejuicios de tipo social, económico ni cultural:

"Sea el gringuito, como el mestizo o el moreno, todos compartíamos ahí por igual".

Como se ve, muy distante de las experiencias de Paco Yunque, el personaje del cuento escrito por Vallejo.

El autor nos relata con lujo de detalles la diaria rutina del Centro Viejo, regodeándose en los pasajes más intensos de su vida escolar.

Nos informa e ilustra de ciertos usos y costumbres del pueblo como cuando nos dice que los niños campesinos usan el pantalón alto, arriba de los "llanques", porque buscan librarse del agua que salpica en los caminos luego de la lluvia. O nos habla de las veladas literarias o de las tardes deportivas.

*

Quizá, si Alma de Maestro hubiera sido escrita de manera distante, buscando la objetividad, y sólo mostrando las vicisitudes de un educador rural, habría sido de todos modos una obra valioso.

Pero el hecho que esté escrita con fervor, con pasión y teñida con gran evocación lo vuelve extraordinaria, atractiva y cálida para el lector y lo conviene en una pieza literaria que hay que revisar de cuando en cuando.

Cierra el libro un largo poema de Danilo Sánchez Lihón: "Ahora y siempre, Responso a la muerte de mi padre", una addenda con testimonios y una cronología del biografiado.

El poema es casi una síntesis de los tema tratados en el libro. Un poema narrativo con pasajes intensos, como estos versos:

3.

¡La vida
de un hombre sobre la Tierra son tantas
eternidades
y trivialidades revueltas y juntas, padre!
Tú querías
avanzar un poco por ejemplo, y superarte.
¡Y bien
que lo has hecho, pero a la inversa!, porque
al final
has muerto en el llano, que es para ti –y
para mí también–
la mejor demostración de verdad con uno
mismo,
en este tiempo en que todo se pudre, y se
comprueba
que no todo lo que brilla es oro. Sin un sueldo
honorable,
sin un bien peculiar, sin ningún halago, sino
al contrario,
fiando siempre en la tienda y cada vez
con mayor soledad

4.

¡Ah
padre!, para mí el más egregio y noble
varón
en algo muy grande como es la pena,
en la capacidad
de sentir congoja, porque así es cómo
nos llenamos
del mundo, nos hacemos más humanos
y cariñosos
con todo lo que es legítimo y auténtico.
Así tú,
tan orgulloso y contento en tu calma para
pedir: “¡un frito
con frejol! en el mercado, en mañanas
como ésta
en que el sol baña los tejados y llegan
los balidos
de ovejas de alguna casa lejana, mientras
abajo,
alguien reza al pie de tu capilla donde
estás
y a la vez ya no estás. ¡Qué rara trenza,
madeja
o hilacha en realidad nos teje y desteje
el destino!

5.

Yo también
restriego ahora incontenibles mis ojos.
¡Ojos que tú
has defendido tanto, incluso de la luz
de una débil flama!,
para lo cual les hacías a las lámparas
de kerosén
unos sombreros gachos de cartulina
celeste
que metías en los tubos de vidrio y que,
poco a poco,
se iban negreando en el centro, tanto
que hasta
¡podían haber provocado un incendio!
por defendernos.
Viseras que ribeteabas de mil costuras
parejas,
a fin de que las llamas no se atrevan
con sus dardos,
y parpadeos a herir estas mis pequeñas
pupilas.
¡Ojos que después he echado a perder
y estropeado
malgastándolos por todos los confines,
mirando
tan de noche y tan al fondo como tú,
la vida!

Un libro, sin duda, para recordar y mantenerlo vivo siempre en el corazón de quienes somos maestros.

Texto que puede ser reproducido
citando autor y fuente

Teléfonos: 420-3343 y 420-3860

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