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sábado, 17 de septiembre de 2011

10 de julio. Huamachuco es valor para siempre


Huamachuco








HUAMACHUCO,
HECATOMBRE DE DOLOR
Y APOTEOSIS DE GLORIA

Danilo Sánchez Lihón

1. Amor
sublime


El 10 de julio es otro día de la heroicidad, al cumplirse el aniversario de la Batalla de Huamachuco, librada entre los montoneros de Andrés Avelino Cáceres y el ejército chileno en el año 1883.

Constituye una página de heroísmo sublime de hombres humildes y de quienes como Leoncio Prado –hijo del Presidente de la República– era indoblegable en la defensa de la dignidad humana y frente a la invasión.

Sacrificio rayano en el holocausto, enarbolando el estandarte del honor y la fe en nuestro destino.

El ejército de Cáceres era en su gran mayoría de indígenas, quechua hablantes, prójimos sencillos, campesinos y no soldados.

No eran militares sino labriegos, artesanos, hombres de trabajo que sufriendo las más duras penalidades marcharon únicamente por el amor sublime a su tierra, a su pertenencia y a sus hogares.

Es la reserva moral sufrida y legítima que constituye la vena más prístina y fiel de la patria, porque deviene del ancestro incaico.

2. El ancestro
incaico

Y digo mayormente porque en esa epopeya también lucharon peruanos de otras condiciones sociales, profesionales, de oficios diversos, desempeños, grados o edades que hacen un arco iris, imagen precisa por su naturalidad, belleza y sentido de vida fecunda.

Había niños como Francisco Gamero cuyo cadáver quedó regado en el campo de batalla en Huamachuco.

Había hombres viejos como Manuel Tafur de 67 años que sucumbió perforado de balas en el fragor del enfrentamiento cuerpo a cuerpo.

Antes, Manuel Tafur vio caer a su hijo de 34 años, gritando a pulmón lleno "¡Viva el Perú!".

¡Cómo no recoger de esos terrones sacrosantos valor para ser en el mundo personas que portan, cada uno de nosotros, una bandera imperecedera de dignidad en el alma!

Juan Gasco frisaba 69 años y la noche anterior escribió: "Estoy resuelto a morir en defensa de mi patria". Y murió, pleno de convicción y de esa fe que el cierzo ni la nevasca podrán borrar jamás.

Casi todos los jefes y oficiales sucumbieron en el campo de batalla. Y fueron los primeros en caer.

3. ¡Hombre
de Huamachuco!

Esto, ¿qué prueba? Nos demuestra un hecho muy sencillo: que ya no se peleaba con la cabeza, ni con cálculo, ni con inteligencia sino con el corazón, con el sentimiento y la pasión.

Ya no se peleaba con la mente puesta, o con la razón que guía e ilumina, sino con la sangre borbotando su nívea espuma en la boca y en el firmamento.

Por eso Vallejo escribió acerca del voluntario y miliciano:

"Cuando marcha a morir tu corazón,
cuando marcha a matar con su agonía mundial..."

Porque todos eran voluntarios y milicianos. No eran soldados a sueldo, sabuesos hechos con reflejos condicionados para matar.

Aquello diría César Vallejo, hombre también de Huamachuco. Y no me equivoco y lo recalco. Porque yo, que soy de Santiago de Chuco, habiendo nacido en la misma calle en que nació el poeta de “España, aparta de mí este cáliz”, amándolo entrañablemente, digo en este caso y en su honor: ¡Hombre de Huamachuco!

Porque solo se puede dar ese título a todo varón íntegro, como lo fue Vallejo. Porque a todo ser auténtico y valeroso debiéramos llamarlo entre nosotros así:

“¡Hombre de Angamos!” “¡Hombre de Arica!” “¡Hombre de Tarapacá!” “¡Hombre de Huamachuco!” Y de tantos lugares que han quedado ya en nuestras vidas como espadas fulgurantes.

4. Nunca la ira
fue más santa

César Vallejo en el Himno a los Voluntarios de la República se refería a los mismos voluntarios y a la misma causa.

Más aún: Vallejo pudo escribir los versos que escribió en España, aparta de mí este cáliz por nacer y crecer en la tierra donde nació y creció: los chucos. Y por el ancestro de estas batallas que allí ocurrieran.

Porque entonces sabía cómo se guerreaba con la entraña, como sabe hacerlo un país de fibra legendaria.

Como cabe esperarlo de esos hombres retados con abismos y montañas abruptas.

Porque nunca la ira fue más santa, más pura la sangre derramada. ¡Y nunca vistió de más aurora la muerte!

Y eso ocurrió en Angamos, aconteció en Arica, devino en Tarapacá, volvió a suceder en Huamachuco, y tantos otros lugares a partir de entonces santos.

Pináculos así sean llanuras, cúspides así sean hondonadas, y altares tremolantes así tengan abrojos, en relación al fervor que debemos tener por el legado del cual desde entonces y desde mucho antes somos herederos.

5. Aquello
que nos realza

En la misma línea de fuego se habían juntado todas las sangres del Perú.

En la misma trinchera aguardaban vigilantes todas las tonalidades de mejillas y pómulos morados. Luchaba el Perú de todas las progenies y ascendencias. Nunca estuvimos más juntos.

En el mismo grito estaban todas las voces, en el rojo y el blanco todos los matices. En el iris de aquellos ojos el prisma de todas las miradas fusionadas en un solo anhelo. En las formas diversas del pabellón de las orejas todos los arrullos.

En todas las arremetidas y caídas el mismo tejido tembloroso de nuestro ser.

Nunca nos unimos tanto como para morir con gloria.

Ver caer a los jefes y oficiales desconcertó a los soldados, pero tenían que morir, porque era ineludible.

Porque en esa dimensión ya no importan resultados sino cómo se asumen los hechos de la vida y de la historia.

Importa en qué pliegue de la hombría te eriges, para defender lo que es tuyo y del común que somos.

6. En la fibra
de cada uno

Se trata de procesar que hay pérdidas que honran o enaltecen por lo que se defiende, por cómo se dieron los hechos y quienes lucharon.

Así como hay victorias que enlodan, denigran y envilecen.

Cáceres en pleno fragor fue herido.

Leoncio Prado sobrevivió unos días con una bala en el pecho y la pierna hecha astillas.

Aún así fue fusilado. Otros 200 fueron asesinados con sable al ser alcanzados por la caballería.

O fueron desgarrados por el pecho o por la espalda con el "corvo", o puñal curvo. Pero sabían que iban a morir así, para que a nosotros nos constara y nos sobrara orgullo.

O fueron fusilados de rodillas y por detrás, sin derecho a tener tumba ni poder ser sepultados, como afrenta por no ser militares.

Esto, por el alto honor de ser montoneros, es decir hombres que suspendieron sus faenas para defender su tierra.

7. Heladas
desde hace siglos

De 1440 que ingresaron a batalla en Huamachuco murieron más de mil. Fue un holocausto.

En la fibra de cada uno de esos hombres estábamos cada uno de nosotros. Estabas tú, herido. Me encontraba yo, no sé cómo, empuñando quizá en la mano este lapicero con el cual te escribo. ¡Hermano del alma!, borbotándonos de coraje y altivez, como hoy, estas lágrimas.

Para librar esta batalla este ejército mítico de peruanos comandados por Andrés Avelino Cáceres cruzó sin abrigo y sin calzado los nevados de la Cordillera Blanca.

Lo hizo subiendo y bordeando la laguna de Llanganuco, por un camino de piedras heladas y cortantes.

He realizado el mismo camino y he sentido cómo duelen esas piedras, cortantes no solo por el filo que tienen y por ser puntiagudas en relación al cielo, sino por estar heladas desde hace siglos.

Y que se volvieron ardientes por el temblor de los héroes, sin zapatos ni ojotas, que pasaron sobre ellas.

8. Empezamos
a ganar

Murieron por centenas porque si no tenían hojotas ni atuendos menos iban a tener medicinas.

Ese ejército escalaba peñas y abría caminos sobre los abismos.

Luego avanzó por el Callejón de Conchucos.

Pocos tenían fusiles, las balas les eran escasas, nadie contaba con bayoneta. Sobraban en los almacenes del enemigo, pero eran armas cobardes, porque asesinaban heridos. Y ¡esas no las necesitábamos!

El enemigo con el cual se enfrentaban tenía abundantes fusiles y carabinas con pertrechos más que suficientes y sofisticados.

Una poderosa caballería y 9 cañones Krupp de montaña.

Era más que suficiente para dormir tranquilos. Pero no dormían.

La noche anterior a la batalla definitiva los desalojamos de la ciudad donde estaban acantonados.

Aquellos que tomaron la iniciativa de lanzarse el ataque, en el amanecer del día 10 de julio, fuimos nosotros; quienes después de cinco horas empezamos a ganar la batalla.

9. ¡Qué inmenso
honor

Este triunfo ya era tan claro que las campanas de la iglesia de Huamachuco tocaron a rebato, repicando victoria, luchando con pundonor, honra y coraje.

En los partes de guerra de Alejandro Gorostiaga en varios momentos informa que Cáceres fue vehemente en sus decisiones.

Que este coronel arisco e impulsivo ya veía consumado el éxito a favor de su ejército de descalzos y desarrapados.

Ejército de runas, de hambrientos y sin dormir hacía días.

¡Qué honor para el brujo de los andes!

¡Qué inmenso honor se brinda de ese modo a tropas que no habían comido, que estaban famélicas, en donde ni el Comandante General tenía un pan qué probar!

Tan es así que De los Heros en su informe refiere:

"El General –así lo nombra a Cáceres, quien era coronel, otorgándole el título con la admiración más profunda– desde el 6 no ha tomado casi alimento alguno, sosteniéndose únicamente con agua de coca endulzada con chancaca..."

De mi pueblo, Santiago de Chuco, marcharon a luchar 200 hombres que formaron voluntariamente el Batallón Libres de Santiago de Chuco.

10. Valor
para siempre

Aquel contingente no tenía armas. Cogieron sus picos y palas y enfilaron, uniéndose a los montoneros de Cáceres, quien en su Memoria registra el hecho de este modo:

"En medio de la penuria general contribuía el pueblo de Santiago de Chuco con la sangre de sus hijos y con sus recursos a la defensa de la patria, desafiando la ira del enemigo que le castigó después..."

Por eso, me conmueve cada calle y cada esquina de mi pueblo, porque no se me olvida cada ruego, cada renuncia, cada beso eterno de despedida que se diera. Y hasta escucho desvelado las serenatas que se cantaron antes del viaje.

Paloma blanca,
blanca paloma
vuelve a tu nido,
ni te remontes
por esos montes
donde yo lloro.

Me conmueve el adiós a la mujer amada, el último abrazo con los padres y con los hijos.

¡Cuán sentido sería ese canto! ¡He imaginado esas notas, porque marchaban a morir, por ti y por mí y por todos nosotros! ¿Cómo olvidarlos?

No podemos olvidar a aquellos que ofrecieron generosamente su corazón, para tener lo que más nos engrandece: valor para siempre!

11. Que eso
no se olvide jamás

¡Tuvimos grandeza moral frente a todo aquel peligro, desafío o adversidad!

Perdimos una batalla y hasta la guerra en la cual nos defendimos ya que fue, de parte del enemigo, una guerra de agresión.

Pero ganamos heroicidad y eso es inconmensurable.

En toda aquella aciaga contienda la bandera peruana jamás fue arriada por rendición en ningún combate ni batalla.

¡Esa es nuestra herencia!

Nadie se rindió en ninguna llanura, quebrada o colina. En ningún pliegue de la tierra que ha quedado sellada con esa gloria para que tú la ames más todavía.

El portaestandarte de la Batalla de Huamachuco, quien era Germán Alba, juró morir antes que dejar que la bandera fuera arriada. ¡Y cumplió con su deber, haciendo que flameara invicta hasta después que fuera ferozmente acribillado, en lo alto del cerro Sazón!

Aquel contingente de humanidad indignada sabía que ese día dejaban desamparados y huérfanos a sus hijos. Y sus hogares destrozados. Pero sabían que peor era dejarlos huérfanos de honor y dignidad.

¡Que eso no se olvide jamás, de lo contrario sería traicionarlos! Olvidar aquello es deslealtad, no extraer lecciones de estos hechos sería desatino.

Porque, ¿qué muestra de amor más sublime que dar la vida por tus amigos? Esta verdad la dijo Jesús.

12. Y eso debe
fortalecernos

¿Y qué muestra más honda dar la vida por tu heredad, por nuestro retazo de tierra, de cielo y de agua que es el patrimonio que nos legaron nuestros padres?

Nos legaban así una patria hermosa como una espada en el aire.

Huamachuco si fue una hecatombe de dolor es a la vez una apoteosis de gloria.

Hay en la juventud actual cierto dolor y vergüenza de esta guerra perdida, porque más nos han hablado de los pillos y canallas, que siempre los hay.

Pero aquellos que no claudicaron fueron casi la totalidad. ¿Por qué ocuparnos de los insignificantes que traicionaron?

Pero hay mucho que ganamos y debemos valorar. De lo contrario el sacrificio puro de tantos hermanos sería en vano.

La gran multitud fue heroica: el hombre, la mujer, el niño, el anciano.

Y creo que pocos son los pueblos que tienen ejemplos tan hondos y magníficos de heroísmo y de valor, como los que puede el Perú ostentar en la Guerra del Pacífico.

Y eso debe fortalecernos.

Esta es una historia de fe en nuestra tierra, en los valores supremos, en nuestro destino y en la solidaridad, utopía que los incas lo hicieron posible como realización humana, organización social e himno a favor de la vida.

¡Porque de eso somos herederos!


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Teléfonos: 420-3343 y 420-3860

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