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miércoles, 8 de diciembre de 2010

HOMENAJE A ELVIRA, A SUS 92 AÑOS

CAPULÍ, VALLEJO Y SU TIERRA
Construcción y forja de la utopía andina

INVITACIÓN
DE HONOR

VIERNES 10 DE DICIEMBRE. 6.30 PM
INSTITUTO CULTURAL PERUANO
NORTEAMERICANO DE MIRAFLORES

HOMENAJE
A ELVIRA, A
SUS 92 AÑOS

PRECES:
JUVENAL SÁNCHEZ LIHÓN
MANUEL VEJARANO SÁNCHEZ

PRESENTACIÓN
DEL LIBRO:

PIEDRA
BRAVÍA

DE
DANILO SÁNCHEZ LIHÓN

PANEL:

RICARDO DOLORIER
EDUARDO GONZÁLEZ VIAÑA
OSWALDO REYNOSO
WALTER VÁSQUEZ VEJARANO
MANUEL VELÁSQUEZ ROJAS

CONDUCCIÓN:

RAMÓN NORIEGA TORERO
MANUEL RUIZ PAREDES

Av. Angamos 120, Oeste, Miraflores,
Esquina con la Av. Arequipa. Lima Perú
INSTITUTO CULTURAL PERUANO
NORTEAMERICANO DE MIRAFLORES

Ingreso libre.
Se agradece su gentil asistencia

Vino de honor

Teléfonos Capulí: 420-3343 y 420-3860
capulivallejoysutierra@hotmail.com
planlector@hotmail.com

ºººººººººº

PLAN LECTOR
PLIEGOS
DE LECTURA


Y YO,
JUNTOS

Danilo Sánchez Lihón



1. Con nuestras
manos unidas

Recuerdo madre, cuando yo era niño, la vez que hicimos un camino para que la gente pasara por una calle sin veredas, que solía hacerse un lodazal desde una a la otra pared con las lluvias de febrero y de marzo.

De noche, tus hijos cargábamos piedras y te las íbamos pasando mientras tú, ya sin pañolón, que habías tirado hacia un costado, te inclinabas hacia adelante y ponías paso a paso sitios en donde asentar los pies, que luego rellenábamos con piedras grandes y después pequeñas, hasta hacer un sendero seco, alineado y parejo.

Ahí mismo trazabas las dos aceras, los bordes de las acequias, por dónde debía correr el agua que se empozaba, deslizándose ahora obediente y apacible, yendo calle abajo, alcantarillado que también íbamos empedrando con nuestras manos pequeñas.

Al otro día veíamos con gusto cómo la gente humilde, y también la otra ufana, soberbia e indiferente, lo usaban con holgura.

Pero igual, lo usan ya los niños, los ancianos, las mujeres, los varones y, en general, todas las personas que transitan por estas veredas.

2. No es una
o dos

Calzadas que desde entonces ya son tuyas y nuestras por llevarlas incrustadas en nuestra alma, por haberlas hecho unidos y confidentes.

– ¡Qué raro! –Dicen unos, parándose al borde de la acera reciente que tientan con los pies para saber que si está firme–. ¡Ayer todo esto era un pantano! Y, sin embargo, ahora está empedrado. Además, con una acequia continua por donde corre el agua transparente. ¡Qué raro! ¿Quién hizo esto? ¿El Municipio? ¡No! Hubiera tardado un mes en traer los materiales. Otro mes hubiera desmontado piedra tras piedra obstruyendo la calle. Otro mes hubieran revisado y cuestionado los planos. O, ¿dónde estoy? ¿No estaré soñando? ¿He pasado ayer por aquí? ¡Claro que he pasado! O, mejor dicho: no pude pasar. Y ahora no solo puedo sino que me detengo. ¡Qué raro! ¿Qué está ocurriendo aquí? ¿Que en la noche alguien haya hecho esto? ¡Imposible! ¡Cómo va a ser! En este frío que cala los huesos. ¡O ya estoy desvariando!

Así dialogan consigo mismos la gente, y no es una o dos personas sino muchos.

3. Hundidos
los pies

Veían la calle empedrada donde antes era un pantano y hablaban sorprendidos.

¿Quién lo hacía?

Tú mamá, con tu parvada de chiquillos que te seguimos a todas partes entusiastas y convencidos de todo lo que emprendas.

Tú siempre adelante, a veces oculta en la oscuridad, como esta vez en que yo solo veo tus brazos desnudos en pleno frío, estirando el cuerpo para dejar caer la piedra en pleno barro estancado, tu falda arremangada, hundidos los pies dentro del agua helada, que solo tu alegría convertía en pedestal o peaña. Y tú el bronce y la estatua que se erige.

– ¿Y por qué no llamamos a papá para que nos ayude?

– No. –Dices tú tajante–. ¡A él déjenlo leer! Para eso hemos salido, para que no le hagan bulla.

Recién ahora lo advierto: En el fondo, haciendo estos caminos en la tierra, le estabas protegiendo para que él los haga en la educación, en el arte y en los sueños.

4. Trazar
una senda

– ¡Alcancen más piedras! –Exclamas.

– Ya no hay más.

– Entonces vamos a traerlas de esas calles de arriba, por donde están tiradas. La pobre gente y hasta los animales se tropiezan en ellas.

Y allá subimos contigo y bajamos cada uno con la más grande en los hombros.

Al amanecer la calle ya es una vía transitable.

Caminos que nadie sabe cómo han surgido de la noche a la mañana, pero que ahora los siguen seguros y confiados.

Así, nos enseñaste a cómo conducir el agua de las lluvias y tempestades, pero más aún: a cómo hacer rutas y senderos posibles en esta vida.

Y a servir, sin que se sepa quién había hecho el bien de trazar una senda donde antes había un fangal y una ciénaga.

5. Por
aquí

Recuerdo también, aún con miedo, que a los conejos que criamos en casa no les queda ya comida para esta noche ni menos para el día siguiente. ¡Y chillan desesperados de hambre!

Entonces, con el sol ya oculto, te echas el pañolón a la espalda y nos vamos a traer hierbas del campo. Y esto ocurre a una hora en que ya se anuncian las sombras.

Dejamos las últimas casas al final del pueblo. Y vamos por unas chacras sembradas de trigo, maíz y cebada. Pasamos “La Pera” y avanzamos en dirección a la quebrada que hay al pie de “Las Tierras Amarillas”.

Por aquí hay unos estanques que se llenan de berros, hierbabuena y azucenas.

Aún así. Por más que buscamos no encontramos forrajes que comieran los conejos.

Pero, al fondo hay una poza grande y misteriosa, de aguas verdosas y quietas.

6. El titilar
de las estrellas

Todos los grillos cantan a esta hora haciendo intrincada y conmovida la noche.

Al borde de ese gran estanque cubierto por la maleza, subiendo ya por el cerro, ¡divisamos ya a oscuras una mata coposa de acelgas!

¡Pero es monte y todo allí está mojado y resbaloso por la lluvia!

Entonces tú, agarrándote de unas ramas titubeantes, te empinas más y más.

Y casi tu cuerpo está suspendido sobre las aguas fantasmales.

Yo temo, angustiado, que te caigas hundiéndote en ese espejo insondable.

Y vas arrancando una a una como puedes todas las acelgas; que las vas tirando y yo las voy recogiendo hasta llenar dos o tres costales.

Y con ellos regresamos abrazados, ya contentos, conversando, con el fondo del croar de los sapos.

Jugueteando con la mano libre tratamos de rozar las lucecitas de las luciérnagas y el titilar de las estrellas en el cielo severo de septiembre.

7. Porque
así ha sido

En tu última carta, mamá, me cuentas que has soñado que yo te llevo por un sendero.

Que por allí vamos cogidos ambos de las manos.

Pero algo, según refieres, nos detiene, nos hace caer y después, los dos, nos buscamos sin encontrarnos.

Mis manos, mamá, en primer lugar, siempre van cogidas de las tuyas.

Y siempre serán las de tu hijo y las de un niño.

Después... es cierto: yo me arriesgo en la vida.

– Tú me enseñaste eso, mamá: dar todo de valor que pueda exigirnos el destino.

¿Y cuántas veces de niño por curiosidad no te habré arrastrado con porfía por senderos intrincados? Porque, así ha sido.

Y todo eso a fin de que me lleves o vayamos hacia algo que me pareció bueno y resultó equivocado. Hacia algo que fue doloroso o triste experimentarlo.

¿Y sin ver ni reparar yo en el hoyo acechante que se abría a nuestros pies?

8. Me cogeré
a tus manos

Pero, está bien que yo caiga, porque me lo merezco, pero no tú, mamá.

Me da pena, y siento a la vez una profunda ternura hacia ti por estar todavía conmigo por estas grietas y hendeduras.

Cariño por estar en estos lances siempre unidos; a tan altas horas de la noche y desde tan lejos, en tu desvelo.

Y, por último, mamá, yo me encontraré a gritos contigo sea donde fuera.

No nos perderemos jamás, incluso en el infinito, deambulando ya como grumos de polvo entre las estrellas.

Me cogeré a tus manos hasta cuando sea la partícula más ínfima de ceniza en que se conviertan mis huesos, mis pálpitos y mis ojos.

Siénteme así, mamá. Seré una ñisca, la cascarita leve de un grano de trigo a tu lado.

O la hojuela de la tenue cebada puesta a secar, unida por alguna orilla al ser que le da sentido.

Radiante y contento contigo ante el sol, la luna o los luceros.

Porque, ¿en qué me convertiré? Sino en una poñita de luz a tu lado.

9. ¿Te
acuerdas?

Me cuentas que sueñas que los dos caminamos por un lugar desconocido y lloramos.

Debe ser por algo que tú y yo hemos anhelado mucho, hecho juntos. ¡Y que se ha cumplido!

¿Recuerdas cuando nos proponíamos hacer un dulce para toda la familia y no había ni harina ni azúcar, y yo lo conseguía?

¡No ha de ser por nada malo, mamá!

¿Te acuerdas que era así de niño?

Cuando el aviar en la casa no alcanzaba y sin tener para comer ese día trepaba a algún terrado y ya teníamos algo que ofrecer a mis hermanos pequeños, sin que se entere el pobre y digno papá.

No estés triste, mamá.

Lloramos sí, pero de alegría.

Por algo que sin duda es hermoso. Quizá incluso chistoso, aunque haya sido arriesgado obtenerlo.

10. Tú y yo
juntos

Como cuando busco y traigo muy de noche higos, ciruelas o limones. Esos que parecen sidras.

¡Porque de eso te has antojado en tu embarazo! Y el problema es ¡donde conseguirlo a estas horas y a oscuras en que tú le lloras a papá!

Entonces yo me pongo un abrigo y sé qué puerta del pueblo ir a tocar.

– ¿A estas horas? –Me reprochan con voz airada desde dentro.

– ¡Es por antojo de mi mamá que está encinta!

Se demoran en abrir en este frío que cala los huesos, pero al final me lo entregan enternecidos

Pero, gracias por seguir tan abrazados, tú y yo juntos, hasta esta edad. Después de todo tú eres mi mamá y yo soy tu hijo querido. Aunque no está bien que te haga sufrir así.

Pero tú estás lejos y hasta ahí no alcanza a llegar ni mi llanto ni mi congoja. Aunque sé que para una madre no hay hijo que enmudezca, ni voz que le sea escondida.

11. Por oscuros
atajos

A mis hermanos les dices que se preocupen por mí. ¡Que algo me ocurre!

Porque al hablar por teléfono sientes que mi voz es triste y se quiebra.

Mamá, estoy bien.

Mi lógica –te lo estoy demostrando– es firme, y mi corazón es fuerte. Aunque haya un acento que escape a todo dominio y un tono que nos traicione.

Confía en que tu pequeño sabrá salir adelante, que ha hollado y vencido de niño parajes adustos.

Que ha corrido veloz por oscuros atajos.

¡Tú me has abrazado y besado tanto por eso!

Que tu pequeño ha golpeado y ha abierto con sus pasos menudos y puños temblorosos baldosas terribles.

Que ha superado intrincados obstáculos.

¿Te acuerdas cómo he conseguido remedios para tus ataques de pecho o tus dolores de vientre?

12. Ya
no llores

¿Te acuerdas, madre?

También te consta, por que tú me has tenido en tu vientre, que mi pulso es bueno, mi pálpito es perfecto y mi ilusión invencible.

Y, muy al fondo, hasta pareciera que sonrío.

Ten por seguro que mi alma está directamente conectada a los oídos de tu corazón.

Que mis manos –¡que tú has acariciado tanto y besado mucho, que las has sujetado orando, hundidas en la cuenca de tus ojos detrás de tus párpados!– como siempre están limpias, atentas y son valerosas.

Que tu pequeño sabe enfrentar desafíos, encrucijadas y peligros.

Y mi ser, pese al cierzo y la borrasca, pese a la horrenda niebla que se cierne, está lleno de esperanza.

Y, te ruego, ya no llores, mamá, ni estés triste por mi culpa.

Tuyo es mi corazón y estas manos que tanto besaste y que defenderán todo lo bueno que tú me enseñaste.
Texto que puede ser reproducido
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