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martes, 17 de noviembre de 2009

PAGINA ABIERTA IV


PLAN LECTOR,
PLIEGOS
DE LECTURA

















CACHICADÁN

TIERRA DE GLORIA

Y ENSUEÑOS


Danilo Sánchez Lihón

«Cachicadán, tierra de mis ensueños
Cachicadán, tierra de mi primera ilusión
yo desde aquí, de pie, le grito al tirano
la libertad nunca muere, viva la revolución»


Luis de la Puente Uceda


1. Hoy
es día de fiesta


Una dulzura infinita nos invade el alma a los chucos cuando pensamos que nuestros pasos van rumbo a Cachicadán.

¿Será por el camino pródigo para ir hacia él y que se abre como las alas de una mariposa alucinante?

¿Será por sus flores que se extienden por sus laderas en matices de azules, amarillos y fucsias? ¿Será por su aroma a manzanilla y alcanfores?

Siempre hay unos ojos negros a la vez de entrega, a la vez esquivos que se esconden tras de alguna puerta, balcón o esquina.

De Santiago de Chuco dista 45 minutos llegar a esta ciudad enclavada entre bosques de alcanfores; hermoso balneario de aguas termales que emergen a borbotones desde la base del cerro La Botica, a cuyas faldas se extiende la población de casas enlucidas de blanco, de calles adornadas de cadenetas, donde hoy es día de fiesta.

Está situada a 2,885 metros sobre el nivel del mar y cuenta con todos los servicios turísticos: restaurantes, hoteles y comunicaciones.


2. Una emoción
siempre dulce e idílica


Cachicadán es trino de mandolina, brillo iridiscente, epifanía.

Rodeado de montañas, amanece y anochece entre sus campos sembrados, aquí y allá, de maíz, trigo, cebada.

¡Y de manzanilla!

Es una combinación de colores verde, dorado, azul y magentas.

Sus plantas medicinales se extienden desde sus cañadas abismales y se elevan hasta la cima de sus montañas tutelares.

En el cerro La Botica que preside su vida se concentra el prodigio de sus variados pisos ecológicos.

Cachicadán es fuerza, eclosión, estallido telúrico; es sutileza de los matices de las flores imprevistas que se encuentran en lo más recóndito de un camino.

¡Es una emoción siempre dulce e idílica!


3. El añil
del cielo cristalino


Cierro los ojos y Cachicadán se me ofrece límpido en algunas imágenes que sobrevivirán a todas las catástrofes y a todos los triunfos.

Sobrevivirán las flores que abundan en sus jardines huertos, que crecen entre las piedras y hasta en las rendijas de los adobes.

Sus panales de mieles son casi inhallables entre las hortensias, geranios y jazmines, si no fuera porque zumban sobre ellas las colonias de abejas que van a entregar rumorosas la bendición de su trabajo y de sus juegos.

Sus alfombras de flores están cubiertas por mariposas de todos los colores y los moscardones ronroneantes que abundan en sus huertos.

El vapor del agua caliente, que recorre al descubierto por sus canales de piedra y musgo, al elevarse cubre de un velo blanco de novia irreal y sugestiva a esta tierra.

Y la entrega al sol que se acuesta por la lejanía. Y nos quedamos aquí entonando endechas con una guitarra, ante el verde de las pencas, magueyes y eucaliptos, como ante el bermejo de lomas, colinas y luego el añil del cielo cristalino.


4. De allí
su nombre


Desde muy niño yo, como todos los escolares de los diferentes centros educativos de la ciudad de Santiago de Chuco, contemplamos hacia la cuenca del río Huaychaca a Cachicadán.

Reluce en la banda de enfrente, como una joya engarzada en el fulgor del alba.

Perla incrustada en los cerros y laderas que suben o bajan de la hondonada y que se ofrece como un idilio de casas entre el verdor de los campos, bosques y sembríos, al lado de otro pueblo igualmente querido como es Santa Cruz de Chuca.

Hasta que un día, cuando apenas podemos caminar por un sendero empinado y pedregoso, se inicia la excursión en la cual ya estamos descendiendo por la cuesta de Sale-si-puedes.

Subirla de regreso será el problema, de allí su nombre.


5. Algún remanso
para aliviarnos


El agobio nos hace cogeremos a los arbustos para impulsarnos hacia arriba a fin de seguir avanzando.

Sufriremos de sed inclemente y de dolor en los pies por lo pedregoso del camino.

Pero esta vez estamos bajando y lo hacemos felices y a la carrera.

Pronto llegamos al río Huaychaca.

Tras extasiarnos en la turbulencia de sus aguas, que se precipitan en chorros impetuosos, buscamos algún remanso para aliviarnos del sudor y la agitación de la bajada.

Nos sumergimos en sus aguas que, recién y sólo aquí, sabemos que descienden de las jalcas y de sus cerros nevados.

Luego nos vestimos apurados a la sombra de sus huertos que abundan en naranjas, guayabas, nísperos.


6. Un guerrero vigilante
en los abismos


Luego de alistarnos, agitados por el apuro, avanzamos a la vera del río.

Allí se ofrece a la contemplación de nuestros ojos el soberbio puente de piedra que cruza de banda a banda el cauce de las aguas turbulentas.

Es un puente de piedra de dos arcos que se elevan airosos sobre el fragor de la corriente que brama humillada e impotente de no ser allí ni ella una privación ni un atajo.

Siempre fue un orgullo para nosotros pensar, en las noches inclementes y recogidos bajo el techo protector de nuestras casas, que aquel puente era un combatiente.

Un guerrero vigilante en los abismos. Y a favor de los caminantes que a esas horas estarían expuestos a la tempestad, al frío y a las tinieblas.

Y, sobre todo, enfrentando a las avalanchas que siniestras se precipitan por los ríos.


7. Nidal
de ensueños


Lo cruzamos reverentes, mirando desde los bordes del puente, paternal y amigo, cómo las aguas se revuelven furiosas allá abajo.

Cóleras tratadas con indulgencia por alguien que las perdona y las mira compasivo desde arriba, ¿quién? ¡el puente!

Luego empezamos la subida de la cuesta a Cachicadán con la ilusión de que a cada vuelta de colina o loma se ofrezca finalmente el pueblo adonde vamos.

Para nuestra ansiedad nunca aparece, hasta que cuando el cansancio nos doblega, de repente se avizora –como en el éxtasis y estupor de quienes buscan la tierra prometida ¡y la encuentran!– las filas de las primeras casas blancas.

Es el barrio de El Rosario, más conocido como El Canto, elevado e íntimo en este nidal de ensueños.


8. Hierba buena,
tomillos y shiraques


Entrar a Cachicadán siempre es una alegría, un regocijo del alma, un motivo de exaltación y ternura.

Respirar el olor de los alcanfores, sus calles invadidas por el humo de la buena comida, la sombra amable de sus tiendas donde –sólo por entrar y estar allí– compramos cucuruchos de arroz, alfajores, o ¡lo que sea!

Contemplar los balcones caobas o azules de sus casonas, las acequias que corren delante de los domicilios.

Y los puentes que se tienden de la calle a las puertas de entrada, creciendo abajo matas de hierba buena, tomillos y shiraques.

Cruzar las tablas y maderas del puente hace del hecho rutinario, cual es entrar a una casa, una prueba de equilibrio, un acontecimiento etéreo, maravilloso e inusitado.


9. Envuelta
en su rebozo


Y luego, por las calles retorcidas y empedradas de la parte alta del barrio San Miguel, subir a ver El Ojo donde brotan las aguas termales.

Aquí aspiramos la fragancia del cerro La Botica que sintetiza el aroma de todas las flores y plantas que curan los males del cuerpo y sanan las heridas del alma.

Como también, en cualquier recodo quedar estremecidos por el rostro hermoso de alguna niña o muchacha, tímida y pudorosa.

Sea que aparezca o desaparezca tras de un pilar, columna o muro de alguna casa.

Sea que permanezca en un patio o un corredor, límpida y misteriosa como una fuente.

Sea viéndola cruzar como un céfiro, ¡envuelta en su rebozo, por la calle arrebolada!


10. Innumerables
bosques de eucaliptos


Una vista panorámica de Cachicadán, situados desde el Campo Santo, denominado Jerusalén, nos permiten ir reconociendo estos hitos:

En la parte alta el Cerro La Botica al pie del cual brotan y fluyen las aguas termales de propiedades minero-medicinales que han convertido al barrio próximo, llamado San Miguel, en el sector de turismo en salud.

Por un flanco del Cerro se ubica el camino que conduce a los restos arqueológicos de Wallío y Sagarbal.

En los contornos destaca la presencia de innumerables bosques de eucaliptos que rodean la ciudad y le brindan el aroma característico que tiene el lugar.

A la derecha hay un mirador natural que es el cerro llamado Alto del Perú, al pie del cual se asienta la campiña de Mocaboda.


11. Al pie
y hacia el centro


Mirando en lontananza y hacia la izquierda es notoria la presencia del cerro El Angla.

Al fondo, se aprecia el majestuoso cerro Ichal, famoso por sus restos arqueológicos, en el cual se ubica el Santuario del dios Catequil.

Al pie y hacia el centro está el conjunto de casas donde, hacia la derecha, se ubica la Plaza Mayor.

A la izquierda el barrio de El Rosario, más conocido como El Canto, donde actualmente se ha erigido El Arco que es el pórtico de ingreso principal a la ciudad.

En la parte baja está el sector donde se ubican los centros educativos de todos los niveles que tiene la localidad.


12. Retornemos
a encontrar consejo


Cachicadán siempre se mira a la distancia envuelto en una especie de neblina dorada y en un aura mágica.

Dulce, lírico, amoroso.

Retornemos a todos estos elementos fundamentales de la vida, a la reserva moral que constituyen nuestras cumbres, fuentes y ríos.

A las nieves eternas, jamás corruptibles, límpidas y de una fuerza inmarcesible siempre inspiradores y, a la vez, compasivos en lo alto de nuestras cordilleras.

Retornemos a encontrar sabiduría y consejo a nuestros apus, huacas y pacarinas, todos ellos protectores, sabios y afectivos en estos tiempos aciagos.


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