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viernes, 7 de mayo de 2010

LA CASA DE CESAR VALLEJO; en Santiago de Chuco




CAPULÍ, VALLEJO Y SU TIERRA
Construcción y forja de la utopía andina




LA CASA
DE CÉSAR
VALLEJO

(Peregrinación entre el 21
y 23 de mayo)



EL SENTIMIENTO

DE HOGAR



EN CÉSAR VALLEJO

Danilo Sánchez Lihón

1. La aldaba que cuelga ensimismada
del portón secular


Para forjar una obra trascendente y ser un poeta de alcance universal se piensa erróneamente que lo primero que hay que lograr es desembarazarse de lo nativo, de lo lugareño y aldeano. También de lo casero, cotidiano y familiar.

Esto es: se recela de modo absoluto, al pretender hacer gran poesía, de todo aquello que parezca engarzar con lo que es familia u hogar. Y entonces se anima a distanciarse –elevarse, se dice– e introducirse en lo abstracto, conceptual y metafísico y a pensar en entelequias que se postulan como de valor ecuménico.

Sin embargo, César Vallejo, el poeta más intenso de la lengua castellana, es un desmentido pleno a tales supuestos, porque él no descarta sino al contrario, hunde su raíz, templa su arpa y pule su quena para entonar la endecha o el madrigal de la casa familiar.
Hay soledad en el hogar; se reza;
y no hay noticias de los hijos hoy.

Se aferra al poyo, al terrón del muro, a la grada del patio; a las piedras del cimiento que permanecen ya descubiertas por la incuria del tiempo.

O a la aldaba que cuelga ensimismada del portón secular.
Esta noche desciendo del caballo,
ante la puerta de la casa, donde
me despedí con el cantar del gallo.


2. Murió mi eternidad
y estoy velándola.


César Vallejo escribe los poemas de “Canciones de hogar”, que integran el libro Los heraldos negros, cuando ya era un adulto y un ciudadano que había afrontado desafíos, rigores y pruebas enormes y, sin embargo, conservaba intacto su espíritu de infancia.

Pero no solamente escribe aquellos poemas vinculados a los miembros de su familia en los primeros libros, sino en el devenir íntegro de su carrera literaria.

A lo largo de toda su trayectoria su poesía tiene resonancias de huerto de aldea, de patio interior, y hasta de cocina y fogón que abriga y humea, que nos acercan mucho al mundo familiar.

Se siente en ella el vibrar el alma de la gente sencilla y hasta de los integrantes de la vecindad, como cuando en Poemas humanos dice:
Todos han muerto.
Murió doña Antonia, la ronca que hacía pan barato en el burgo.
Murió el cura Santiago...
Murió mi tía Albina, que solía cantar tiempos y modas de heredad, en tanto cosía en los corredores, para Isidora, la criada de oficio, la honrosísima mujer.
Murió un viejo tuerto...
Murió Rayo, el perro de mi altura...
Murió Lucas, mi cuñado...
Murió mi eternidad y estoy velándola.”

3. Su casa es la de Santiago de Chuco,
llena de ancestro, tradición y raigambre andinas


Tanto es así, en su ubicación constante respecto a su casa paterna y en lo que toca a la actitud infantil que adopta, que desde el inicio de los Poemas humanos, escrito al final de su vida, es revelador cuando expresa:
– Hay, madre, un sitio en el mundo que se llama París. Un sitio muy grande y lejano y otra vez grande.
El hogar de César Vallejo no es aquel que pudiera edificar lejos de la tierra natal, en un lugar extranjero. Él nunca supo construir esa posibilidad y es más: se negó enfáticamente a hacerlo no porque no pudiera o no tuviera con quien constituirlo. Sea con Otilia Villanueva en Lima, con Henriette Maisse o Georgette Phillipart en París, ellas más bien pugnaron por cumplir ese anhelo.

Recordemos incluso que de adulto vivió en pensiones y en hoteles siempre míseros. ¿Por qué?

La respuesta es directa y diáfana: porque para él su casa es la de la infancia. No construyó una casa en París, su casa es la de Santiago de Chuco, llena de ancestro, tradición y raigambre andinas. Su hogar insustituible es su casa materna o paterna, su casa s su horno nativo. Su hogar es aquel donde fue oriundo, hijo y vástago.

Es la casa que visitaremos en Santiago de Chuco, dentro de pocos días.


4. Una casa de cimientos, columnas
y paredes recias e imperecederas


Ernesto More refiere en su anecdotario que Vallejo tenía mucho de desgarramiento interior, pero también del candor propio de un niño, triste y conmovedor, positivo y roto al mismo tiempo.

Candor de querer sujetarse a algo y no tener nada. De aferrarse a un cariño y tener el mundo y la vida lacerados.

Cuenta dicho amigo acerca de una expresión de César Vallejo en París y es que cuando se sentía fatigado y quería ponerse a buen recaudo decía ostentosamente y sin que pusiera ninguna intención aparte de la función de retirarse o irse:

– “¡Ya me voy a mi casa!”.

Lo triste es que no tenía casa, vivía en hotelitos de mala muerte. Pero, ¿esta expresión no encierra una dimensión enternecedora? Y Ernesto More anota: “Él, el desheredado, gustaba referirse a su casa, se deleitaba sentirla por vía oral. Vallejo no tenía otra propiedad que la palabra”.

Y es en esa dimensión que nos ha legado una casa de cimientos, columnas y paredes recias e imperecederas; de puertas y ventanas que permanecerán por los siglos de los siglos.


5. Algo que resbala del alma
y cae al alma

Respecto a aquellas estancias u hospedajes de París, escribió:
Mi casa, por desgracia, es una casa,
un suelo por ventura, donde vive
con su inscripción mi cucharita amada,
mi querido esqueleto ya sin letras,
la navaja, un cigarro permanente.
De veras, cuando pienso
en lo que es la vida,
no puedo evitar de decírselo a Georgette,
a fin de comer algo agradable y salir,
por la tarde, comprar un buen periódico,
guardar un día para cuando no haya,
una noche también, para cuando haya
(así se dice en el Perú - me excuso);
del mismo modo, sufro con gran cuidado,
a fin de no gritar o de llorar, ya que los ojos
poseen, independientemente de uno, sus pobrezas,
quiero decir, su oficio, algo
que resbala del alma y cae al alma.
¿Es esta su casa? Es en todo caso una casa en la cual se llora y se añora la casa verdadera. Su casa se quedó en Santiago de Chuco. Está en pie, íntegra, tal cual él corrió jugando “por la sala, el zaguán, los corredores...”. Y la visitaremos el día 21 de Mayo

6. Cuando alguien se va,
alguien queda.


Al ingresar a la casa podemos apreciar la amplitud de sus ambientes y sentimos una emoción muy grande de poder conocer los lugares en los cuales el poeta nació, vivió y se inspiró, plasmando sus vivencias en muchos de sus poemas.

La casa está ubicada en el barrio de Cajabamba, calle Colón Nº 96, ahora barrio Santa Mónica, calle César Vallejo 1030 y 1046.

Su construcción es de adobe, con techos de eucalipto, carrizo y teja. Tiene una extensión de 30 por 16 metros, divididos en seis ambientes.

En ella nació el poeta, en el cuarto que se ubica al principio del corredor, ingresando por el zaguán hacia la mano izquierda.

La puerta, o portón, es de eucalipto, el zaguán servía de acceso al interior de la casa, los corredores rodean el patio empedrado de cantos rodados. El pozo de agua está ubicado al pie del corredor de arriba, frente al gallinero:
han quedado en el pozo de agua, listos,
fletados de dulces para mañana.
Los poyos son construcciones de piedra cubiertos con gruesas capas de barro, el corral está hacia atrás y ahí se guardaban los animales. La cocina está ubicada en la parte posterior de la casa en la cual se encuentra el horno, una estructura semiesférica construida de ladrillo cubierta con capas de barro.
–No vive ya nadie en la casa –me dices–; todos se han ido. La sala, el dormitorio, el patio, yacen despoblados. Nadie ya queda, pues que todos han partido.
Y yo te digo: Cuando alguien se va, alguien queda.

7. Saboreado en el dulzor
y el aroma de la leche materna

Para “Cesitar”, como le decían sus hermanas mayores –tan mayores que lo atendían como si él fuera su hijo– su hogar se quedó enclavado para siempre en Santiago de Chuco. Y con todo lo tierno, afectivo y bondadoso que era nunca quiso sustituirlo por otro.

Nosotros los santiaguinos lo conocemos bien –perdónenme el orgullo, porque somos parte de aquella cultura pueblerina e íntima– y somos (lo podríamos decir así) “de casa”.

Es por eso que a él no lo sentimos distante e inasequible en sus sentimientos sino un familiar nuestro, con quien nos abrazamos e intuimos lo que pasa por debajo de cada una de sus expresiones y gestos.

Compartimos silencios, escondrijos y rincones del alma, que lo hemos saboreado en el dulzor y el aroma de la leche materna, en el arrullo primerizo de las nanas, en la calma de las horas, sea de día o de noche; en las presencias y ausencias que pueblan las casas del pueblo, en el habla y en el ser de la gente que transita por la calle que nos abren y prodigan otras tantas posadas donde habitar y afirmar esperanzas.

A visitar su casa te invitamos en el próximo Capulí, Vallejo y su Tierra. Adquiere tu pasaje de ida y vuelta por 100 nuevos soles, en la Agencia HORNA; Paseo de la Republica N° 646 - Lima

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