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domingo, 25 de abril de 2010

La flor del Capulí


CAPULÍ, VALLEJO Y SU TIERRA
Construcción y forja de la utopía andina



LA FLOR



DE



CAPULI


Danilo Sánchez Lihón

1. Corren diáfanos entre rocas agrestes y abismos de miedo



El capulí es un árbol de lenguaje dulce, de sombra que juguetea cariñosa y protectora. Siempre es límpido y aureolado de una ingenua soledad. Abunda en los huertos y en los campos de Santiago de Chuco donde ¿cuántos no habremos llorado nuestras amarguras, y nos habremos enjugado los ojos bajo su sombra discreta?


Cuando era niño desde lejos tenía que escuchar los resondros de los mayores por demorarnos con mis hermanos –camino a "La Colpa– debido a que nos habíamos trepado a un árbol de capulí, intentando encontrar entre sus hojas sosegadas algún fruto apetecible.


Siquiera alguna bolita pintada de rosa suave a fin de probarlo dándole un mordisco entre los dientes y luego pasando a exprimirlo entre el paladar y la lengua, sintiendo su sabor a pétalos dulzones y su resonancia a arroyuelos que corren diáfanos entre rocas agrestes y abismos de miedo.



2. Mucho más resplandeciente a la luz del sol



Una curva antes de "La Colpa" –hasta donde gustábamos llegar caminando al lado de nuestros padres– en la carretera hacia Trujillo, había un bosquecillo de capulíes –quizá por lo llano del terreno y lo abrigado de aquel recodo de la quebrada– cuyos frutos verdes nos hacían sentir envidiosos de no ser magos para hacerlos madurar al instante.


Aún así, entre todos los chiquillos sacudíamos los arbustos para ver si lográbamos hacer caer algunos frutos maduros, pero lo único que conseguíamos es que salieran revoloteando gorriones y torcazas que descansan entre sus ramas.


La respuesta del árbol dicha gravemente, es que guardaba sus frutos para las avecillas del campo.


El capulí es fresco, como si se bañara en el rocío de la primera hora de la mañana. Es transparente y esbelto. No he visto que su tronco se tuerza, ni se hagan nudos en sus ramas espaciadas, ni estén carcomidas sus hojas por las orugas sonámbulas pues, al contrario, conservan siempre un verde brillante y alegre, mucho más resplandeciente a la luz del sol.



3. Su flor es blanca, breve, de una timidez excelsa



Sus hojas son corazones que parecen haber llorado tiernamente y por eso se han hecho largas.



Están festonadas en los bordes como las grecas que se cosen en la pechera de las blusas de las mujeres; o en las mangas y en el borde de la falda de los vestidos de las muchachas lindas del pueblo.



Ya puesta una hoja en la palma de una mano se arquea pudorosa como quien no quiere rendirse.


Su flor es blanca, breve, de una timidez excelsa, casi siempre de cinco pétalos como formando un racimo o campanilla.



Ya en el árbol hay dos clases de frutos: unos casi negros, si no fuera por un reflejo de sol que amanece en sus bordes.



Es de sabor dulce, como –las niñas a las cuales miramos extasiados sin saber nunca cómo hablarles.



4. Pulido por fuera, por el oro del sol de la tarde


Los pájaros desde temprano los están devorando. En primer lugar los gorriones. Y en general, todas las aves gustan del capulí. Pero hay otros seres que se parecen mucho a los pájaros, que son los niños.


Para ellos no basta subir a sus ramas altas sino que igual que las avecillas, en bandadas hacemos temblar al árbol de un lado a otro. Y a horcajadas, en sus ramas, llenamos el buche de esos frutitos, igual que los pajarillos.


Ya en el mercado, o al borde de una vereda en la calle pasmada, es una señora del campo, o de las afueras del pueblo, la que lo vende detrás de una canasta que rebosa de borde a borde de capulí negro, sin un solo grano rosado que desentone con su apariencia de lago misterioso y encantado.


En medio de esa ambrosía hay una calabaza, que es un cuenco pulido por fuera, por el oro del sol de la tarde y, por dentro, conserva su blanca corteza en donde se han pegado todos los zumos.



5. Convertirla en una perla tallada de finas estrías



La porción de capulí la señora la vende a veinte centavos, aunque es impagable el fulgor de los ojos cristalinos con que nos mira. Y, sin descolgarnos de su mirada, nos da el matecillo que recibimos en un plato de porcelana –si es que hemos salido mandados de nuestra casa– o en las dos manos como hacemos los niños atolondrados.


Luego introducimos la fruta en el bolsillo, donde la humedad pone una herida fresca de agua a la altura de nuestro muslo, mientras vamos exprimiendo entre los dientes el fruto dulce del capulí y revolviendo con la lengua su pepa áspera hasta convertirla en una perla tallada de finas estrías.


Pero, casi siempre la mujer que nos vende, después de vaciar el mate en nuestras manos, recoge una breve porción más y la agrega a la ya recibida, con lo cual nos da la "yapa".


Los hombres del campo lo reciben en un borde del poncho, las mujeres en un borde de sus rebozos y los muchachos en la gorra que llevan puesta y con la cual siempre caminan.



6. Dime mujer si tu amor, ha de ser el verdadero



Del capulí se hace néctar para las raspadillas, vino dulce para las penas y mixtura para aderezar las comidas.



Se le emplea para curar un sinfín de enfermedades.


Y cuando uno pasa por una tienda donde se vende chicha, y con ella la promesa de recibir consuelo, es frecuente escuchar las voces quejumbrosas, de ilusión o de esperanza de un amor bien o mal correspondido, en aquella canción que dice:

Una mañana a tu ventana llegué

y me enamoré de tu bella hermosura,

dime encanto con cuanta ternura

mi corazón al momento te entregué.



Me jurastes un día tu amor,

sí preciosa como no,

me jurastes un día tu amor

y al momento te dí un capulí.



Dime mujer si tu amor
ha de ser el verdadero
para ofrendarte primero
una flor de capulí.


7. Y llorará en las tejas un pájaro salvaje



En el patio de la casa de César Vallejo, hasta ahora, se yergue ensimismado un árbol de capulí, que quizá en un lenguaje aún más misterioso que el de otros seres debe saber recitar los versos que el poeta escribiera en "Los heraldos negros", "Trilce" y los "Poemas humanos".


Y, sobre todo, Idilio muerto, que dice así:

IDILIO MUERTO



Qué estará haciendo esta hora mi andina y dulce Rita
de junco y capulí;
ahora que me asfixia Bizancio, y que dormita
la sangre, como flojo cognac, dentro de mí.



Dónde estarán sus manos que en actitud contrita
planchaban en las tardes blancuras por venir;
ahora, en esta lluvia que me quita
las ganas de vivir.



Qué será de su falda de franela; de sus
afanes; de su andar;
de su sabor a cañas de mayo del lugar.



Ha de estarse a la puerta mirando algún celaje,
y al fin dirá temblando: "Qué frío hay... Jesús!"
Y llorará en las tejas un pájaro salvaje.


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