Semana Santa en Santiago
de Chuco
y el valor divino de lo humano
Carlos M. Castillo Mendoza
“Y si vuelo hacia el futuro
fuera del suelo, los pies,
sin redimir el presente
pierdo el tiempo y la gracia…”
Fernando Rojas Morey
Cuando lo vivido humanamente hace posible la redención
Es habitual que la semana en que se recuerda la pasión, muerte y resurrección de Cristo se dediquen muchas horas de plática a la exaltación de lo espiritual, a sacar de este hecho lecciones para inducir a los fieles a la oración, a la contemplación, al arrepentimiento y la confesión.
Sin negar la importancia y el valor que tiene la meditación y la espiritualidad con ocasión de la muerte de Cristo, es necesario dar una mirada al hecho de la Pasión de Cristo desde el lado humano de los acontecimientos suscitados en el pueblo judío y desde allí asumir la espiritualidad que la celebración amerita.
Para empezar hay que reconocer que nada hay más humano que el sufrimiento, el dolor, la desolación y la muerte. De hecho, todo ser vivo está sometido a ese proceso dado que la vida es en sí el proceso de nacer, crecer, reproducirse y morir. La historia del ser humano es también la búsqueda de todos los medios para superar ese trance y evitarlos, incluyendo la muerte. Hasta ahora, casi nada se ha podido contra esa condición que tiene la vida en este mundo.
Por ello, cuando Dios decidió enviar a su hijo para hacer posible la redención y propiciar el reencuentro con él como Padre y creador, no lo hizo apelando únicamente al testimonio de vida de su hijo Jesús, como nacer y vivir entre los pobres; tampoco lo hizo empleando el discurso, los milagros y actos que acontecieron en Galilea. Dios quiso que su hijo tomara la condición humana desde la cual pudiera redimir al hombre, asumiendo el costo más dramático: el sufrimiento, el abandono, el dolor y la muerte.
Cristo sufrió moralmente desolación, soledad y traición; cuando constató que aquellos que lo aclamaron el domingo con hosannas y vivas, tres días después pedían su crucifixión y su muerte; sufrió al ver que uno de sus elegidos lo traicionó revelando a sus captores el día y la hora en que debía ser apresado. "Al que yo de un beso, ese es. Deténganlo y llévenlo bien custodiado". Sufrió al comprobar cómo su mejor amigo dijo: "No sé nada; no entiendo de qué estás hablando". “Yo no conozco a ese hombre”.
Y sufrió físicamente cuando vio su carne lacerada, rota y por encima de su piel brotó y corrió su propia sangre. Sufrió flagelación, cayó bajo el peso de la cruz y al llegar al Gólgota, los clavos traspasaron su cuerpo, en medio de la mirada casi complaciente de muchos a quienes había dado de comer y hablado con bondad sobre perdón, fraternidad, amor y salvación.
Y ante la pregunta: "¿Qué quieren que haga, entonces, con el que ustedes llaman rey de los judíos?" la respuesta sea: "¡Crucifícalo!". Cristo volvió a sufrir al ver cómo, en ese trance, nadie le tendía una mano y aún aquellos que se supone deberían estar en primera fila defendiendo su inocencia, callaban y dejaban hacer porque no tenían valentía y coraje para gritar la verdad.
¿Y Simón de Cirene? no fue un acto generoso o solidario lo que hizo, el evangelio relata que fue obligado a cargar la cruz.
La crucifixión era al castigo que los romanos inventaron y reservaban para aquellos delincuentes avezados e irreductibles, y lo administraban ante la mirada multitudinaria de los habitantes del imperio para que vieran lo que les esperaba si se atrevían a desafiar el poder de Roma. “…todo el que se hace rey se enfrenta al César” No se contentaron con legislar sanciones morales como la prisión o el destierro, sino que crearon un castigo físico, en el cuerpo, traspasando las manos y los pies con clavos para asirlo a un madero desde el cual no pudiera salir; y eso era lo que los judíos exigieron para uno de ellos, un miembro de su raza, de su nación y de su cultura.
Todos los pueblos, a través de los tiempos han envuelto y vestido a sus muertos con las mejores prendas para que en el más allá pudieran presentarse ante su dios cubriendo sus cicatrices con mantas, plumas, betún, oro y utensilios; y lo hacían para ayudarle a resistir el encuentro con el ser superior que lo llamaba. A Cristo lo crucificaron desnudo, sin nada que cubriera su cuerpo, fue despojado de sus vestiduras y expuesto a la mirada pública para exponer al más pobre entre los pobres.
Y se trataba del Hijo de Dios, de alguien que podría invocar el poder de su Padre y con su ayuda fulminar a cuantos retaban su bondad y le agredían física y moralmente: «Ha salvado a otros y a sí mismo no puede salvarse. Rey de Israel es: que baje ahora de la cruz, y creeremos en él. Ha puesto su confianza en Dios; que le salve ahora, si es que de verdad le quiere; ya que dijo: "Soy Hijo de Dios."»
Y Jesús callaba, nunca respondió a la burla y el sarcasmo que es una forma de lastimar al otro de manera más cruel y penetrante que la misma agresión física.
El valor divino de la agonía y la muerte de Jesús
Por la tarde Cristo murió, expiró. “E inclinando la cabeza entregó el espíritu” dice el evangelista Juan que estuvo a su lado. Este acto refleja la manera cómo Dios asumió la condición humana en su expresión más cruda, real y efectiva. Porque nada hay más humano y propio de los seres de este mundo que la muerte.
Las siete palabras
Si nos damos cuenta, Jesús antes de morir tuvo un comportamiento propio de un ser humano y sus palabras traducen de manera real los sentimientos de un mortal en trance. Por ellas podemos inferir que siendo la muerte de un verdadero Dios, tuvo todos los visos de la muerte de un verdadero hombre:
1. “Padre perdónalos porque no saben lo que hacen”
Sugiere que en un principio, Jesús asume la comprensión del error de aquellos a quienes estaba redimiendo y no se daban cuenta. Comienza asumiendo la condición de un ser que se siente limpio y quienes están en falta son los que lo han condenado a muerte. Si él había venido a enseñar el perdón, no podía borrar con un mal ejemplo lo que era una enseñanza central de su mensaje. Pedro a quien le preocupa la ofensa personal le preguntó una vez: Señor, ¿cuántas veces tengo que perdonar las ofensas que me haga mi hermano? ¿Hasta siete veces? Jesús dijo: No te digo hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete (Mateo 18, 21-22). Es decir: siempre. Porque sino perdonamos jamás se corta la cadena de la reacción y eso puede conducirnos a una espiral de violencia sin límites. Además, con este gesto Jesús mostraba la coherencia entre lo que predicó y lo que personalmente le tocó asumir.
2. “Hoy estarás conmigo en el paraíso”
Le dijo a uno de los reos que había sido colgado a su costado. Esta es una muestra de que aún en el instante mismo de la muerte, un arrepentimiento sincero puede hacer posible la amistad y la compañía de Dios. Lo que es bueno recalcar aquí es que aún en ese trance Jesús tiene la bondad y la categoría de un Dios que perdona, y aunque se le castigaba por decirse hijo de Dios, con esta expresión se estaba ratificando en lo que realmente era: el Hijo de Dios, capaz de llevar al pecador arrepentido, ese mismo día y no después de un proceso, al paraíso. Otra coherencia de Jesús, un hombre sin temores ni miedos, siempre fiel a su condición y a su misión.
3. “Mujer he ahí a tu hijo”
El evangelista Juan narra que durante todo el tiempo que duró el juicio y la crucifixión la madre, María Magdalena y él estaban allí, fueron casi los únicos que lo acompañaron. Tal parece que desde tiempos remotos la mujer, madre al fin, saben que cada hijo viene con su propia cruz y su deber es acompañarlo para consolarlo, escucharlo, curarlo, abrigarlo y enterrarlo; esa parece ser una condición de la maternidad ¿Dónde está lo humano de esta expresión? En que Jesús no la llama Madre o María, sino Mujer con lo que la tarea es asumir la maternidad de toda la especie humana. ¡Qué fortaleza la de la mujer gracias a la cual muchas cosas han sido posibles de hacerse en la historia!
4. “Todo esta consumado”
Jesús dice esto porque sabe que ha cumplido, está calmado porque hizo lo que había que hacer, dijo lo que tenía que decir y llegó a donde debía llegar. Esta es la expresión de un hombre que ha tomado conciencia que el dolor, el sufrimiento y la muerte son trances, son procesos que conducen a… un punto, el punto de llegada que cada quien escoge para sí. Y en eso nos diferenciamos unos de otros, en las metas que nos proponemos. ¡Nadie está aquí sin un objetivo!, ¡nadie es una casualidad! Todos estamos llamados a cumplir una misión, lo inteligente es saber cuál es esa misión y asumirla, aunque duela. ¿Por qué? Porque esa es la condición de la vida. Ojalá, antes de partir de este mundo, todos pudiéramos decir como Jesús: “Todo está cumplido”.
5. Dios mío, Dios mío ¿Por qué me has abandonado?
Viviendo el tormento de la crucifixión surge la pregunta: ¿Por qué? Es el clamor de quien trata de comprender el significado de tanta crueldad. Del moribundo que busca una respuesta en el momento en que la oscuridad se acerca. Jesús reclama una explicación, una respuesta y lo que encuentra es el silencio de Dios. Él ha venido resistiendo, pero con esta pregunta parece que se quiebra ante lo inexplicable y misterioso, porque se ha vuelto un abandonado, un paria, un hombre solo y relegado, tal vez un niño que busca y no encuentra la mano fuerte de su padre que le ayude llegar hasta el final.
6. “Tengo sed”
Expresión que da cuenta de cómo el cuerpo ya no resistía. Jesús estaba agotado por el desangramiento, la deshidratación y el cansancio. Llevaba muchas horas como prisionero de un tribunal a otro y no había probado nada, de modo que era normal que tuviera necesidad de agua. En eso Jesús siempre fue explícito. Cuando tenía sed pedía agua, recordemos la escena en que le pide a la mujer de Samaria: “Dame de beber” y ella le dice “¿Cómo tú, siendo judío, me pides de beber a mí, que soy una mujer samaritana?” (Porque los judíos no se trataban con los samaritanos.) Jesús le respondió: “Si conocieras el don de Dios, y quién es el que te dice: Dame de beber, tú le habrías pedido a él, y él te habría dado agua viva”
El creador de los ríos y los mares necesitaba beber agua para que su cuerpo resistiera la pasión. Con este grito Jesús reivindica el valor del cuerpo y sus necesidades, porque es el medio a través del cual se realiza el espíritu.
7. “Padre en tus manos encomiendo mi espíritu”
Expresión de confianza, de alguien que se entrega a las manos de su Padre que lo recibirá y lo glorificará. Solo que allí no se llega con las manos vacías, allí se llega después de haber asumido plenamente las vicisitudes de la vida. Jesús entrega su espíritu, lo que nos lleva a asumir que él tenía claro que el cuerpo se transforma El cuerpo que nos dio la primera respiración, la primera palabra, la primera sonrisa, el primer llanto también ha cumplido y hay un desprendimiento. Lo que llega a Dios es el espíritu, ese que nos acompañó a lo largo de toda la vida, que nos hizo fuertes, sabios, pacientes, fraternos. ¿No es acaso el espíritu lo que queda de nosotros y acompaña a los que quedan, después de nuestra partida?
Lecciones para nuestros días
Después de recorrer las secuencias de la pasión, podemos afirmar que Jesús le da un sentido divino a cada uno de los hechos humanos que le tocó afrontar. La Semana Santa es pues una oportunidad para reconocernos como personas, seres de carne y hueso; con dolores y esperanzas, soledades e ilusiones, alegrías y tristezas. Por ello, el cristiano que ora, sabe asumir el dolor y el sufrimiento como medios que acompañan esta redención.
La pasión de Cristo muestra que nada de lo humanamente vivido es ajeno a la salvación. Nada es inútil en la vida. Su crucifixión muestra cómo él que sufrió como hombre, es elevado con todo lo humano que poseía, y a partir de ello, a la condición de Dios, santificándolo todo. Sólo quien ha sabido vivir, sufrir y morir como un ser humano puede ser elevado a la categoría de lo divino.
Hay quienes en Semana Santa miran a Cristo y no ven nada, a ellos es bueno decirles que quien trabaja día a día, camina seguro de su ruta, lucha por un mundo mejor, ama fraternalmente, asume sus propias agonías y valora la vida, ese ha visto a Dios y entrará en el paraíso, pero desde aquí; porque la salvación no será un regalo de Dios sino la conquista de nuestro quehacer en la tierra.
Capulí, Vallejo y su tierra y la Semana Santa
Todo lo que contribuya a alimentar el espíritu de nuestros pueblos hallará eco en nosotros. Esta vez acompañamos a la Dra. Rosa Uceda Castillo, médico pediatra, nacida en Santiago de Chuco, quien actualmente trabaja por la salud de los niños en Angola. Ha vuelto a su tierra, a su punto de origen, a portar el estandarte de la Virgen Dolorosa en la procesión del Viernes Santo. Con ella estarán animando la oración las hermanas Gertrudis Muñoz y Liliant Romano, religiosas del Instituto Católico para el Apostolado Social ICAS de México. Hoy, nuestra compatriota que pasa sus días atendiendo las dolencias corporales de los niños del África, auspicia este mensaje para que la reflexión de la Semana Santa se prolongue por mucho tiempo.
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