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jueves, 28 de octubre de 2010

DÍA DE LOS MUERTOS EN CAPULI



1 DE NOVIEMBRE
DÍA DE LOS
MUERTOS
VELORIO, REZO.
OFRENDAS, CAFÉ.
MÚSICA ANDINA.
EL COMPARTIR
TANTA HUAHUA
Actividad a cargo de la Cátedra
de Sabiduría Andina
de Capulí, Vallejo y su Tierra

SÁBADO 30 DE OCTUBRE, 2010, 7.00 P.M.
Sede: Aula Capulí: Tacna 118, Miraflores.
Cuadra 2 de la Av. Angamos Este
Entre Av. Arequipa y Paseo de la República
Ingreso libre.
Se agradece su gentil asistencia
Teléfonos Capulí: 420-3343 y 420-3860
capulivallejoysutierra@hotmail.com
planlector@hotmail.com

PROGRAMA
– 7 pm. Saludo y bienvenida
DANILO SÁNCHEZ LIHÓN
Presidente de Capulí, Vallejo y su Tierra
– 7. 10 pm. Conferencia: “Aya Marca,
dónde están los ancestros”.
RAMÓN NORIEGA TORERO
Director de la Cátedra de Sabiduría Andina
– 7.30 Mesa Redonda: “Concepción
de la muerte en el mundo andino”
EMILIO MORILLO
ANTONIO MUÑOZ
DELFINA PAREDES
– 8.30 pm. “Toques de agonía”.
Concierto a cargo de:

MÁXIMO DAMIÁN
– 9. am. Homenaje y condecoración a:
MÁXIMO DAMIÁN
a cargo de don César Vallejo Ynfantes.
– 9.15 Jaculatoria a la usanza
de nuestra cultura ancestral
a cargo de un maestro y sacerdote andino.
– 9.30 COMPARTIR
Se servirá café y tajadas de Chuco.
Con luces apagadas

ººººººº
PLAN LECTOR
PLIEGOS
DE LECTURA

HUELLAS

SOBRE

LA CENIZA
Danilo Sánchez Lihón
“Serán ceniza
pero tendrá sentido”
Francisco de Quevedo
1. Siempre en punta
y afilada

Cuando murió mi bisabuela Asunción, se posó el tuco en la cumbrera del techo de nuestra casa y cantó tres veces:

– Tucú, tucú, tucurucuuuuú.

Nosotros corrimos a refugiarnos introduciéndonos por debajo de sus brazos y en los sobacos de nuestros mayores.

Mi bisabuela estaba sana, aunque vieja.

Nunca tuvo una dolencia. Y tan sana se sentía, que ella misma tuvo ánimo para contarnos que cuando el tuco se posa en la cumbrera de una casa, es porque alguien va a morir.

Y que detrás de él hay un cortejo pasmado y tenebroso, que no vemos pero que está parado ahí.

El día que repitió esto, murió.

Detrás del tuco, a quien se le oye y al mismo tiempo se lo puede ver, va el fantasma de la persona que va a morir.

Pobrecita. ¿Sabía o no sabía que esta vez era ella?

Detrás de esa sombra, aún viva, va la muerte con su traje cubierto de telarañas.

Con sus ojos huecos y su guadaña siempre en punta y afilada: ¡la muerte!

2. Y
la sigue

En un hombro de esa hada, o sombra, o figura silenciosa se posa la gallareta: un ave picuda, de patas delgadas color zanahoria, cuerpo rechoncho; quien va diciendo, como fastidiada:

– Agrag, agrag, agrag.

¿Qué significa esto en la garganta de ese pajarraco? Esto es: ya apúrese, ya apúrese, ya apúrese.

En el otro hombro esquelético de la sombra, el vacío o el abismo que es esa figura, se posa temible el chushec.

Esta presencia que es bulto, solo plumas, sin un hilo de carne o grumo de hueso, es puro sonido. Que enronquece su voz a medida que va agonizando el paciente de la casa donde permanecen posados estos esperpentos.

– Chushec. Chushec. Chushec... –Repite.

Y, por último, volando de lejos, en cruz y hacia arriba, como un exorcismo, sin querer contagiarse de la fatalidad de la muerte va la paca-paca.

¡Qué horror!

No es un animal de malagüero ni acompañante en el cortejo de la muerte, sino que siente una especie de fascinación por esa comitiva, y la sigue.

3. Cara
a cara

Esto nos contó mi bisabuela poco antes de morir. Quiere decir que lo veía en ese mismo momento. Que lo estaba viendo. Y eso me estremece.

Aquellas cinco criaturas, hacen el séquito de la muerte.

– ¡Pobre abuela! –Dice la tía Miguelina–. Ella misma se vería.

– Quizá, por eso nos contó.

– ¡Qué va a ser que se vea!

– ¡No sabría que ella iba a morir aquel día!

– ¡Porque verse en ese cortejo es para enloquecer!

– Pero para morir ya no se siente nada.

– No ven que la razón ya no funciona.

– No ven que estamos al otro lado, en otro aire, en la orilla opuesta.

– ¡Claro, por eso habló de ese modo!

– Salvo que sí. Y la bisabuela que era osada haya tenido el humor de contarnos.

– ¡Quién sabe! La abuela era aguda y tenaz. No me sorprendería que le haya mirado cara a cara. Y no le haya bajado los ojos a la muerte.

– Tan buena que era mi mamita. ¡Es la paz!

4. Tejiendo
sus hebras

– Pero, ¿se acuerdan que cuando murió vimos después del entierro las huellas sobre la ceniza?

– ¿Y que detrás de las pisadas de la abuela iban las de una criatura?

– Y dijimos que eran de niño por lo hondas y marcadas.

– Claro que sí.

– Miren pues. Y era para que muera mi Perico.

– ¿Verdad, no? Ya nos habíamos olvidado.

– Tanto, que resondramos a estos hijos por el nerviosismo que nos dio cuando empezaron a jugar diciéndose:

– Eres tú.

– No, serás tú.

– No. Será él.

– Tú te morirás Perico, le dijeron.

– Y nos dio tanto miedo. Y entre nosotras ya estaba el destino tejiendo sus hebras.

– Y fíjense, fue para que muera mi Perico. –Dice mi tía Carmen enjugándose las lágrimas en los ojos con la punta del rebozo.

5. Las llaves
las llevamos

– Sí. Claritas estaban las pisadas de mi hijo en la ceniza.

– ¡Pero el Perico fue con nosotros al río!

– Claro. Pero ya su espíritu se quedaría aquí, en la casa, para estampar sus huellas o sus pies en la ceniza.

– ¿Cómo es el alma no? ¡Anda por sitios que nosotros ni sabemos!

Así conversan los adultos.

Y es que después de enterrar a la bisabuela Asunción, se hizo la migalpa llevando su ropa a lavarla al río.

Pero antes de ir mi tía ha esparcido la ceniza en la sala donde la hemos velado.

Empieza cerniéndola desde un cedazo, haciendo que caiga una capa fina y pareja sobre el adoquinado de la sala.

Después pasamos el candado por las armellas, presionamos el arco del metal y las llaves las llevamos con nosotros.

Al regreso la expectativa es grande:

¿Habrá huellas? O ¿encontraremos la ceniza intacta como la dejamos?

Nunca ocurre esto último.

6. Ahí
están

– ¡Vamos a ver el rastro!

Y ahí vamos.

Mi tía abre lentamente la puerta. Y aquí están.

– ¡Dios Santo! Aquí están las huellas.

– ¡Es un prodigio!

Hay una caravana de señales. Al principio no discernimos entre tantas. Es un tropel que va desde la puerta hasta un rincón de la sala, cruzando en diagonal y allí desaparecen.
Pero por allí no hay puerta. Y las huellas están cortadas hasta la mitad. Quiere decir que la otra parte de las pisadas ya están en el vacío.
Y ahí desaparecen, como si los pasos hubieran traspasado la pared.

Después, son los mayores quienes nos describen. Nos señalan con una rama sin hojas y sin tocarlas.

– Miren. Estos son pies de persona grande. Y vieja. Entonces son las pisadas de la abuela. –Ahí están.

– ¡Y estos pasos son de una criatura! ¿Quién será? Y va muy junto a ella, seguro que cogida de su mano o agarrada de su falda.

– ¡Ha de ser cualquiera de estos cholitos o de estas chinas!

7. Los lleva
a la otra vida

– ¡Ay! ¡Quién será, tan tierno!

– Mírenlo. Alguien va a morir de nuestros hijos.

Y nos miran a todos los que somos niños.

– Pero, ¿es de hombre o mujer?

– De hombre, porque es honda. Si fuera mujer sería leve, casi en el aire.

Nos miramos azorados.

El Perico, parado a mi lado tiene una mirada angelical. Como si nada escuchara.

¿Quién, jamás, hubiera imaginado que esas huellas eran suyas?

– ¿Y estas otras mamá, qué son?

– De animales. Ahí están, nítidas, miren. Como cuando un toro deja sus pisadas en el barro. Mira, los cascos.

– Y, ¿por qué están?

– Es que la abuelita cuántas chacras tiene. Son las huellas de los animales que han muerto para su entierro. Con ellos se va. Es que ha sido muy trabajadora mi mamita. Y miren cómo los animales lo siguen. Es que ella los daba de comer. Todo lo ha tenido, cultivado y criado.

– Va con sus bueyes, la viejita. Los lleva a criar a la otra vida.

8. El misterio
de la vida

Pero, hacia el otro lado de la ventana hay una marca atroz. Parece una soga que hubiera avanzado haciendo sinuosidades.

– ¡Culebra es!

– ¡Serpiente!

– ¿Y qué significa tía?

–Pero nadie me quiere contestar.

Sólo mi prima Amelia, quien siempre tuvo respuestas para todas mis preguntas, sentencia en mi oído:

– Es la serpiente del árbol del bien y del mal. Ella siempre va a nuestro lado. En todas las huellas sobre la ceniza aparece, aunque sea muy tenue.

– Pero tía Carmen –le digo ahora, después que han pasado muchos años–. Y lo de la culebra, ¿qué significado tiene?

– Eso es un misterio, hijo. Yo misma, cuando me despierto en la mañana, siempre me hago esa misma pregunta. No sabemos qué será la culebra. Es el misterio de la vida.

Y me mira.

Texto que puede ser reproducido
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